martes, 31 de enero de 2012

El pecado de la carne

No le prepararon para esto en el seminario. Aprendió salmos, rituales, latín, teología, oratoria, disciplina, obediencia y castidad. Sí, castidad también. Le enseñaron como vencer sus impulsos, le hablaron de imágenes que vendrían solas en la intimidad de la alcoba y contra las que tendría que luchar. Pero él no tiene impulsos ni luchas. No a solas. Don José es un humilde cura de pueblo, así lo propuso él y así lo dispuso Dios. En la recia parroquia castellana que regenta desde hace más de treinta años, a la que llegó sin más equipaje que su Biblia y una gran ilusión en el alma, es querido y respetado por todos. Ha bautizado, casado y enterrado a más de tres generaciones. Sus parroquianos le aceptan como parte de la comunidad y acuden a él en busca de consuelo y consejo. Pero hay algo más. Él es el confesor del pueblo, él lo sabe todo, lo oye todo.
Don José no recuerda cuando fue la última vez que ver a una mujer le produjo algún tipo de pulsión sexual, ni siquiera presta atención cuando ve a las mozas jóvenes bañándose semidesnudas en el embalse que se divisa desde su pequeño huerto. Las duras enseñanzas del seminario sí le sirvieron para eso y muy pocas veces ha tenido que colocarse el cilicio. Pero tras la celosía del confesionario comienza su calvario. Con la cabeza enterrada entre las manos escucha el sutil taconeo que anticipa su infierno: Ave María Purísima. Los labios le tiemblan, cientos de escalofríos recorren su espalda y a duras penas consigue pronunciar la mecánica respuesta: Sin Pecado Concebida. Ya no es don José, la sutil voz de una mujer le ha trastornado. Con la experiencia de la edad, consigue reconocer a quien le habla y ponerle rostro. Escucha con los nudillos apretados los veniales pecadillos de sus parroquianas, pero ni el crucifijo que besa con saña ni las uñas clavadas en las rodillas le impiden indagar en los pecados: ¿Y contra el sexto, hija? ¿Qué hay contra el sexto? Y le hablan del sexto. Se lo cuentan. Y su pequeño confesionario se convierte en el burdel que nunca ha pisado, la vespertina luz que entra por las polvorientas vidrieras se transforma en una tenue y sugerente bombilla roja y entiende palabras que fuera de allí le resultan desconocidas: lujuria, sexo, lascivia, desenfreno.... No importa a quien pertenezca la voz, no importa que edad tenga, es una voz de mujer y contra eso no le enseñaron a defenderse, contra la dulzura de una voz femenina no le sirven cilicios ni cordeles, golpes de pecho ni propósitos de enmienda. Una vez satisfecho su deseo, el párroco bisbisea como puede los latinajos de la absolución y espera llorando a que la iglesia quede vacía.
Con gesto cansino cierra don José el enorme portón de la iglesia. Vuelve a ser el hombre bueno que siempre ha sido. Hace años que los aldeanos se han acostumbrado a verle salir puntualmente a las ocho de su iglesia, con la sotana recién cambiada y una bolsa de tela en la mano. Si alguien le preguntara, don José podría decir que lleva en ella los pecados del mundo.

7 comentarios:

  1. Me parece fabuloso,sigue escribiendo es súper entretenido,estoy enganchada.

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  2. Buen relato Nuria, ¡qué suerte tenemos!, poder acceder tan fácilmente a tu producción. Es una pasada.
    Por cierto, haciendo uso del calambur, ¿cuánto dura?, pues lo que dure dura (esto por don José), y.....el que espera desespera (esto por mí), ¿lo pillas?, jejeje.

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  3. Gracias a todas, vosotras sí que sabéis, AMIGAS ¡
    ¡muac!

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  4. POr cierto, sra. Martín, me encanta tu foto, ¡te viene al pelo! jajaja

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  5. Amiga Agalia Yeguada: ¿Cuanto dura? ¡Pues lo que dure dura! Ay, el uso de la coma puede hacer estragos...

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  6. QUE MANÍA CON EL SEXTO......PREFIERO DE CHAMAN DE LA TRIBU AL "ADMIREITOR".....ME HA GUSTADO MUCHO...

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  7. Buenísimo Nuria. Has conseguido despertar en mí un punto de ternura hacia un personaje que de cualquier otra manera me hubiera provocado desprecio. Te seguiré leyendo.

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