jueves, 9 de febrero de 2012

El Deleite del Vino



Cuenta la leyenda que existió en un tiempo remoto un joven, de nombre Amable, poseedor de una inmensa fortuna, noble de corazón y digno de trato. Era Amable un apasionado de las uvas, de las que hacíase traer, cada cosecha, enormes y lustrosos racimos de todas partes: moradas y menudas de allende el pirineo, dulces y suaves de tierras del Quijote, ásperas y rudas de la llanura castellana... Cada año, tras la recogida, perfumaban el palacio del joven uvas de todos los tonos y fragancias imaginables, que él desgranaba goloso, deleitándose con cada pellizco arrebatado al ramillete.  Atribuíale Amable a esta fruta un poder casi mágico sobre su cuerpo, de tal manera que no gozaba del amor carnal sin antes haber comido un buen racimo, en la creencia que, de no hacerlo, no se comportaría como buen amante y perdería el favor de Aira, su esposa, a la que amaba más que al mismísimo Jesucristo. Era ésta, sin embargo, mujer de pétreas entrañas y grande avaricia, que
manejaba el corazón y los dineros del joven a su antojo y con pericia de usurero. Conocedora de la pasión de Amable por el fruto sagrado, hízose construir un arca de madera con el fin de almacenarlo todo el año y administrarlo a su propia conveniencia. Guardaba la dama celosa el llavín del arca entre sus pechos, no permitiendo a Amable gozar de la uva ni de ella  misma sin antes haber cedido algo a cambio, bien fueran joyas u oro, sedas y hasta tierras de su condado.
Pero hete aquí que pasado algún tiempo de la primera cosecha que atesorara en el arca, advirtió Aira que las uvas habían estallado y un líquido espeso manaba de los hollejos, convertido en un licor que despedía un olor acre, que en nada recordaba la dulzura de los frutos. Aira tuvo entonces la certeza de que las uvas habíanse tornado en veneno y, puesto que su amor por Amable había desaparecido ahogado bajo la creciente codicia por los bienes del joven, decidió deshacerse de él dándole a beber aquella ponzoña, que el enamorado tomó sin rechistar en un vaso de plata,  besando las cruentas manos que se lo tendían.
Viendo la pérfida esposa como Amable entornaba los ojos tras haber escanciado algunos tragos, diolo por muerto y comenzó a dar órdenes a los criados para la preparación de los funerales. Mas sucedió que el joven, alentado su espíritu por el delicioso néctar, sintióse reconfortado y con más ganas de vivir que nunca y así pudo observar como Aira jactábase de haber dado muerte al esposo, regocijándose de su astucia. Dióse cuenta entonces Amable de lo ciego que había estado y libando otro vaso de aquel brebaje oscuro, se armó de valor y desterró para siempre a la esposa traidora. 
Desde ese día administró Amable sus bienes con justicia y ganó para el mundo el deleite del vino.
Nuria P. Mezquita

No hay comentarios:

Publicar un comentario